Fue
este un antiguo monasterio de la orden de San Juan de Jerusalén (y
quizá templario en origen), como así queda documentado desde
1243. En una evocadora situación, entre el Duero y el monte de las
Animas (recordado por la leyenda de Bécquer), de lo que hoy queda
del monasterio, el elemento más destacado es el mágico conjunto
de arcos que forma el claustro a cielo descubierto, ejemplar único
en la arquitectura cristiana medieval. Se supone que sus constructores eran
de origen mudéjar, en el siglo XIII, siendo la sencilla iglesia anterior,
del XII.
El
claustro cuenta con cuatro tipos distintos de arcos, construidos
en la misma época, agrupados en los ángulos: románicos
de medio punto con capiteles vegetales en el NO; arcos apuntados de herradura
sobre dobles columnas en el NE; arcos calados entrecruzados y secantes,
sin capitel, en el SE; y arcos calados entrecruzados y tangentes, sobre
dobles columnas, en el SO. En el lado S, la unión entre los tramos
de arcos se realiza mediante un arco doble entrecruzado sin columna. En
tres de los los vértices se abren puertas mudéjares apuntadas.
En las paredes exteriores del claustro hay una puerta cegada y algunos
sepulcros.
En lo
que respecta a la primitiva iglesia, sencilla de una sola nave con cabecera
de arco de cañón apuntado y ábside de bóveda
de horno, sorprenden los dos cimborrios situados a ambos lados de la nave,
añadidos posteriores del siglo XIII, que presentan rasgos góticos
en sus cupulillas y una ornamentación de capiteles destacada. Mientras
que en el cimborrio de cúpula cónica los capiteles representan
escenas del evangelio, en el de cúpula semiesférica la decoración
es irregular, siendo tres de ellos de tema fantástico, dragones,
mientras que la cuarta representa la degollación del Bautista.
Actualmente se encuentra en ella la sección medieval y epigráfica
del Museo
Numantino en exposición permanente.
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